HABLANDO DE TEATRO | POLICÍAS.

HABLANDO DE TEATRO | POLICÍAS 

Por: #EnriqueBribiesca

Las ideologías son frágiles. Pueden ser quebradas con el peso de un argumento o con la fuerza bruta de una macana. No es casualidad que Quino, con su humor agudo, pusiera en boca de Mafalda la ironía de una policía convertida en instrumento de opresión ideológica. Los regímenes autoritarios lo entienden bien: cuando la razón no alcanza, el miedo hace el resto.

En la obra Los policías, de Sławomir Mrożek, esta dinámica se lleva al extremo de lo absurdo. Un Estado que ha eliminado a toda su oposición se encuentra con un problema inesperado: si no hay disidentes, ¿qué sentido tiene la represión? La maquinaria estatal necesita funcionar, pero sin enemigos visibles, se enfrenta a su peor pesadilla: la irrelevancia.

La sátira de Mrożek, presentada por el Grupo Teatral Emergente, nos arrastra a un laberinto de farsa en el que las estructuras de poder quedan expuestas en su ridículo más puro. Es en esta exageración donde radica su fuerza: cuando las dictaduras llevan su lógica hasta las últimas consecuencias, se revelan no como sistemas sólidos, sino como castillos de naipes sostenidos por la paranoia.

El teatro, como el pensamiento crítico, tiene la capacidad de señalar estas incoherencias con un golpe seco de ironía. Y es que no hay mejor espejo para los regímenes totalitarios que la comedia absurda, esa que nos hace reír antes de dejarnos una inquietante sensación en el estómago.

Grupo Teatral Emergente, con su experiencia directa en contextos de represión y migración, dota al montaje de una perspectiva única. Su vivencia transforma la obra en algo más que una crítica general: la vuelve testimonio. En un mundo donde la censura se reinventa constantemente bajo nuevas máscaras, Los policías nos recuerda que el verdadero peligro de la opresión no es solo su violencia, sino su capacidad de perpetuarse en el sinsentido.

Al final, la pregunta queda en el aire: cuando un Estado ha eliminado a todos sus opositores, ¿qué le queda por controlar? La respuesta, como en toda buena sátira, está en la carcajada que se congela en la garganta.

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