HABLANDO DE TEATRO | POR: ENRIQUE BRIBIESCA | GRITO AL CIELO CON TODO MI CORAZÓN.
En el silencio expectante de un teatro, dos mujeres se encuentran frente a frente, sus miradas entrelazadas como hilos invisibles que tejen la trama de la existencia femenina. "Grito al cielo con todo mi corazón" no es solo una obra; es un espejo del alma, un reflejo de las infinitas facetas que componen el universo de la mujer.
Imaginen, por un momento, la proeza que se despliega ante sus ojos: Tania Ángeles Begún y Yazmin Jauregui, dos actrices de inmenso talento, se transforman ante nosotros en doce personajes cada una. Como alquimistas de la emoción, estas artistas transmutan sus cuerpos y voces para dar vida a veinticuatro mujeres distintas, cada una con su propia historia, sus propios anhelos y temores.
En cada encuentro entre estos personajes, sentimos el latido acelerado de corazones que se reconocen, de almas que se buscan en el laberinto de la vida. Vemos reflejadas nuestras propias luchas, nuestras propias alegrías. Y en los desencuentros, ¡ah!, en esos momentos de tensión y conflicto, reconocemos también nuestras propias sombras, esas partes de nosotros mismos que a veces tememos enfrentar.
Pero lo que verdaderamente conmueve, lo que hace que nuestro propio corazón se estremezca, es el mensaje subyacente que fluye como un río subterráneo a lo largo de la obra: la búsqueda incesante de la sororidad. En cada gesto, en cada palabra, en cada silencio cargado de significado, estas mujeres nos recuerdan la importancia vital de tender la mano a nuestras hermanas, de alzar la voz juntas, de sostenernos mutuamente en los momentos de fragilidad.
Y es que, ¿no es acaso eso lo que todos anhelamos en lo más profundo de nuestro ser? Esa conexión genuina, ese reconocimiento mutuo que trasciende las diferencias y nos une en nuestra humanidad compartida. "Grito al cielo con todo mi corazón" nos invita a abrir nuestros propios corazones, a ser testigos y partícipes de ese grito colectivo que se eleva hacia el firmamento, cargado de esperanza, de dolor, de amor.
Mientras observamos a estas mujeres reencarnarse una y otra vez en el escenario, no podemos evitar sentirnos parte de algo más grande. Sus historias se entretejen con las nuestras, sus lágrimas se mezclan con las que contenemos, sus risas resuenan en nuestro interior. Y en ese momento mágico, comprendemos que todos somos parte de esa gran tapicería que es la experiencia humana.
Al final, cuando el telón cae y el último eco del grito se desvanece, nos quedamos con una certeza que late en nuestro pecho: la fuerza transformadora del amor y la comprensión mutua. Salimos del teatro cambiados, con una nueva resolución en nuestro corazón: buscar esa sororidad, esa hermandad universal, no solo entre mujeres, sino entre todos los seres humanos.
"Grito al cielo con todo mi corazón" es más que una obra de teatro; es un llamado a la acción, una invitación a abrir nuestros brazos y nuestras almas, a reconocernos en el otro y a gritar juntos hacia ese cielo que nos cobija a todos por igual. Es un recordatorio de que, en el gran escenario de la vida, todos somos actores y espectadores, todos tenemos el poder de escribir nuevos guiones de comprensión y amor mutuo.
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